Enero 13, 2019
Diácono Mario Zúniga
Pregunta Raquel de la Iglesia de Epifanía.
La fecundidad del amor conyugal no se reduce a la sola procreación de los hijos, sino que debe extenderse también a su educación moral y a su formación espiritual.
El papel de los padres en la educación tiene tanto peso que cuando falta, difícilmente puede suplirse. El derecho y el deber de la educación son ambos primordiales e inalienables.
Los padres deben mirar a sus hijos como hijos de Dios y respetarlos como seres humanos que son. Y educar a sus hijos en el cumplimiento de la ley de Dios, mostrándose ellos mismos obedientes a la voluntad del Padre de los Cielos.
Son los primeros responsables de la educación de sus hijos, comenzando por darles un hogar donde la ternura, el perdón, el respeto, la fidelidad y el servicio desinteresado sean la norma.
Los padres de familia en su casa son los primeros llamados a enseñar a sus hijos a amar a Dios sobre todas las cosas, (no es ni la Iglesia ni la escuela).
Es una gran responsabilidad para los padres, dar buen ejemplo. Reconocer ante sus hijos los propios defectos los hace más aptos para guiarlos y corregirlos.
Siracides 30, 1-2 dice: “El que ama a su hijo, lo corrige sin cesar”
Efesios 6, 4 dice: “Padres, no exasperéis a vuestros hijos, sino formadlos más bien mediante la instrucción y la corrección según el Señor”.
Los padres deben enseñar a sus hijos a guardarse de los riesgos y degradaciones como drogas, pornografía y alcoholismo entre otros males.
Los padres han recibido la responsabilidad y el privilegio de evangelizar a sus hijos.
Desde su primera edad, deberán iniciarlos en los ministerios de la fe, y desde su más tierna infancia asociarlos a la vida de la Iglesia.
Es aconsejable enseñar a los niños, aun en su corta edad, a responder las oraciones en la Santa Misa.
Desde el momento que un infante comienza a responder Amén, está ya participando en la Santa Misa.
La forma de vida en la familia puede alimentar las disposiciones afectivas que, durante toda la vida, serán auténticos cimientos y apoyos de una fe viva.
La educación se hace posible cuando los miembros de la familia se ayudan a crecer en la fe mediante el testimonio de una vida cristiana de acuerdo con el Evangelio.
Los padres tienen la misión de enseñar a sus hijos a orar y a descubrir su vocación de hijos de Dios.
La parroquia es la comunidad eucarística y el corazón de la vida litúrgica de las familias cristianas; es un lugar privilegiado para la catequesis de los niños y de los padres.
Los hijos, a su vez, contribuyen al crecimiento de sus padres en la santidad. Todos y cada uno deben otorgarse generosamente y sin cansarse el mutuo perdón exigido por las ofensas, las querellas y las omisiones. La caridad de Cristo lo exige.
En el transcurso del crecimiento el mismo respeto y la misma dedicación durante la infancia, llevan a los padres a enseñar a sus hijos a usar rectamente de su razón y de su libertad.
Los padres deben cuidar de no presionar a sus hijos ni en la elección de una profesión ni en la de su futuro cónyuge. Esta indispensable prudencia no impide ayudar a los hijos con consejos juiciosos, particularmente cuando se proponen fundar su propio hogar.
Hay personas que no se casan, para poder cuidar a sus padres, hermanos y hermanas, para dedicarse más exclusivamente a una profesión o por otros motivos dignos. Estas personas pueden contribuir grandemente al bien de la familia.
Los padres deben respetar el llamado a la vocación espiritual de sus hijos y ayudarles a seguirla y acoger y respetar con alegría y acción de gracias el llamamiento del Señor a uno de sus hijos para que lo siga en la virginidad por el Reino, en la vida consagrada o en el ministerio sacerdotal.
Diácono Mario Zúniga es diácono de Misión Dolores.