26 de marzo del 2020
Todos tenemos que arrepentirnos todos los días de algo malo que hayamos hecho.
Marco 11:25-26 dice: “Y cuando te pongas de pie para orar, si tienes algo contra alguien, perdónalo, para
que su Padre del Cielo les perdone también a ustedes sus faltas”.
Perdonar a otros es un acto de caridad. Las Sagradas Escrituras nos prometen que los actos de caridad
borran multitud de pecados. Esta promesa puede y debería superar cualquier resistencia que pudiéramos
tener y animarnos a perdonar a quienes nos han ofendido.
¿Cuándo perdonar pudiera ser obligatorio?
Si la persona que nos ha ofendido sinceramente nos pide que la perdonemos, y nosotros cerrados y
endureciendo el corazón nos rehusamos a perdonarla podemos caer en el pecado del orgullo.
En la tradición judía, si una persona sinceramente ha pedido perdón tres veces y el ofendido se rehúsa a
perdonarla, a quien no perdona se le considera una persona cruel y pecadora. Y no se espera que el que
ofendió vuelva a insistir en pedir perdón porque se asume que Dios ya ha perdonado a esa persona, quizá
debido a que pedir perdón varias veces constituye una forma de humillación y autodestrucción para la
persona que pide perdón.
¿Debería una persona que no ha pecado sentirse superior a los que han pecado? ¡Absolutamente no!
Porque mantenerse alejado del pecado es un premio de acuerdo a un esfuerzo que se ha hecho.
Por ejemplo una persona que se ha arrepentido y se ha reformado de una adicción, y se ha mantenido
libre de consumir drogas por años a pesar de las numerosas tentaciones, esa persona agrada a Dios y
debería sentirse bendecida por el gran éxito alcanzado.
Esta persona recibe un gran reconocimiento ante los ojos de Dios por el esfuerzo extraordinario de vencer
sus inclinaciones o impulsos hacia cualquier adicción o situación de pecado, y por dejar el mal camino que
llevaban.
Dios aprecia tanto el esfuerzo de estas personas y las ama tanto como si nunca hubieran pecado. Todos
estamos llamados a perdonar, aunque no nos hayan pedido perdón directamente porque esto nos ayuda a
alcanzar la paz.
Cuando vamos de visita al cementerio, podemos observar miles de cruces con la inscripción: “Que
descanse en paz”, pero para poder descansar realmente en paz hay que perdonar. El perdón nos lleva a la
reconciliación.
Sin una transformación interior no puede haber un corazón en paz, ni un corazón reconciliado, por eso las
primeras palabras de Jesús resucitado a sus apóstoles fueron: “La paz esté con ustedes”.
Si dos personas no se han hablado por algún conflicto y se reconcilian, se establece tres clases de paz: la
paz con Dios, la paz con la otra persona y la paz consigo mismo, y esto alegra a Dios.
Tenemos que perdonar a quien nos ha ofendido, no solo porque esta persona se disculpe o muestre
remordimiento. Nosotros ofrecemos el perdón porque Dios también nos perdona a nosotros. Pero una vez
que hayamos perdonado tenemos que seguir para adelante con nuestras vidas, en lugar de quedarnos
estancados en el pasado con resentimientos y amarguras.
El perdón no implica continuar con una carga que nos hace daño. Por ejemplo, Dios no espera que una
persona en una relación abusiva continúe exponiéndose al abuso, pero si espera que la víctima perdone
para que no guarde ese veneno y amargura del rencor en su vida. Así mismo tenemos que pedir perdón a
las personas que pudiéramos haber ofendido de palabra, obra y omisión.
En tiempo de Cuaresma, tiempo de purificación cuando nos vamos a dormir es bueno hacernos las
siguientes preguntas para reflexionar ¿A quién tenemos que perdonar? Y también orar todos los días
pidiendo el perdón de Dios para nosotros y para quienes nos han ofendido.