La hermana Rosalba Vargas, madre superiora de la orden de
las Hermanas de la Perpetua Adoración habla con Marta y
Pedro García, fundadores de la Cruzada Guadalupana en la
capilla del monasterio en San Francisco, el 6 de septiembre
antes de la misa de renovación de votos matrimoniales de los
García. (Foto Lorena Rojas)
23 de octubre de 2019
Araceli Martínez
Hermanas de tres órdenes religiosas en el área de San
Francisco hablan de su propia experiencia e invitan a las
mujeres a darse la oportunidad de considerar la vocación
religiosa en sus vidas.
La hermana Lucy García Muñiz de la orden de las Hermanas Oblatas de Jesús Sacerdote descubrió su vocación religiosa alrededor de los 15 años cuando vivía en su pueblo Jesús María en San Luis Potosí, México.
“Yo veía llegar a muchas religiosas a las casas de retiro a mi pueblo. Ahí me nació la inquietud. Yo quería
ser como ellas”, dice la hermana Lucy.
Cuando a los 18 años, Lucy estaba decidida a irse al convento, su padre enfermó de cáncer y tuvo que
posponer sus planes.
“Decidí esperar y quedarme a ayudar a mi mamá. Éramos 12 de familia. Mi papá falleció cuando yo ya tenía 21 años”, cuenta.
Fue entonces cuando se unió a la orden de las Hermanas Oblatas de Jesús Sacerdote en la ciudad de México.
“A los 26 años hice la profesión religiosa de mis votos. Anduve en diferentes comunidades en México hasta
que me mandaron a Roma, luego a Nueva York; y este año, en junio llegué al Seminario Saint Patrick en
Menlo Park”, dice la hermana.
Las hermanas Oblatas de Jesús Sacerdote tienen como apostolado principal la oración, pero en especial
rezan por las vocaciones sacerdotales y de los seminaristas. La eucaristía es el centro de sus vidas, la
liturgia de las horas, el rosario, la meditación del Lectio Divina y tienen exposición diaria ante el santísimo Sacramento.
En Estados Unidos tienen comunidad en San Francisco, California, Chicago y Nueva York. Realizan
diferentes ministerios todos en referencia al sacerdocio de Jesús, lo que corresponde al carisma: “amar al sacerdocio de Cristo y hacerlo amar”.
“Nosotras acompañamos a los seminaristas en todo su proceso de preparación y ordenación como lo hizo María con Jesús”, explica.
Después de 26 años de vida religiosa, la hermana Lucy confiesa que se siente muy realizada, feliz y
contenta con el ministerio que Dios le ha regalado. “Nuestra entrega es diaria para que la Iglesia tenga más
sacerdotes. No habría sacramentos sin ellos ni
eucaristía”, dice.
Ni por un segundo se arrepiente de haber dedicado su vida a Jesús. “Cuando uno se consagra a Dios, él nos va dando regalos y dones en abundancia”, dice.
Si bien la vida religiosa significa dejarlo todo, asegura que a lo largo del camino van formando una familia.
“Es normal que al principio, cuando no estamos seguras de nuestra vocación, podamos sentir a veces
miedo, pero lo que les puedo decir es que vale la pena dar nuestra vida a Cristo”.
Y agrega que la persona sigue siendo la misma. “Tenemos momentos de oración, pero llevamos una vida
muy activa en la que también hay tiempo para la convivencia, el recreo y los paseos. Es una vida normal
dedicada a Jesús”, dice.
La hermana Teresa García Jara lleva 36 años como misionera del Sagrado Corazón de Jesús y Santa María de Guadalupe.
Ella nació en Durango, México. A los 15 años de edad sintió el llamado de Dios.
“Tenía una vecina que fue a celebrar sus 25 años de vida religiosa. Ella y otras religiosas me animaron y yo
me quise ir con ellas, pero me pidieron terminar la preparatoria”, cuenta.
Sus padres se pusieron muy contentos cuando les dio la noticia. “Me entregaron a Dios con mucha
generosidad. Las Misioneras del Sagrado Corazón de Jesús me recibieron muy contentas”, recuerda.
A los 20 años de edad en la ciudad de México se convirtió a la vida religiosa. “He sido muy feliz con esta
vocación que Dios me dio”, dice.
La hermana Teresa explica que las Misioneras del Sagrado Corazón de Jesús se dedican a atender los
seminarios y las casas de sacerdotes, pero también tienen escuelas, internados para niños y niñas de
escasos recursos, asilos y casas de misión.
Cuenta que llegó a Estados Unidos en 1990 cuando hizo sus votos perpetuos. “Me mandaron a
Washington, D.C. con sacerdotes maristas entre siete y ocho años; después estuve ocho años en Roma;
regresé a un seminario en Cuernavaca; y después otra vez a Washington. De ahí a Boston; y en San
Francisco ya llevo cinco años desde 2013”, platica.
La hermana Teresa dice que la vocación religiosa es muy hermosa.
“Nunca me he arrepentido. Yo invito a otras mujeres a que descubran a Dios en su vida y escuchen en su corazón la voz de él para poder seguirlo. Él necesita gente que lo ame”, enfatiza.
Y reconoce que cuando ella se decidió por la vida religiosa, quería ser una santa.
“Me di cuenta que es muy difícil, pero es un proceso y un caminar donde hay mucho gozo y alegría. Ser religiosa es un trabajo para amar a Dios, en el que oramos mucho por las vocaciones”, afirma.
La hermana Alma Ruth Vargas descubrió su vocación un fin de semana cuando acompañó a su hermana a visitar a las Hermanas de la Perpetua Adoración, su hermana estaba interesada en la vida religiosa.
“Me dio mucha alegría ver a las madres cómo vivían y se sentían realizadas. Vale la pena tratar, dije. Desde
entonces nunca he dudado de mi vocación”, afirma la hermana Ruth, originaria de Michoacán,
México. Tanto que lleva más de 35 años con las Hermanas de la Perpetua Adoración en San Francisco. Es la
madre vicaria, encargada del noviciado.
Las Hermanas de la Perpetua Adoración son una comunidad que se dedica día y noche a la adoración al
Señor. A diferencia de otras órdenes, viven enclaustradas en oración permanente. Su vida transcurre entre
el convento, la capilla y los patios del monasterio en San Francisco.
La hermana Alma Ruth tiene dos hermanas más que pertenecen a la orden de las Hermanas de la Perpetua Adoración, Rosalba, quien es la madre superiora; y Betzabet.
Considera que ha bajado el número de mujeres y hombres que se dedican a la vida religiosa por varias razones: la tecnología, el abandono de la oración en familia y la desintegración familiar.
“Yo invito a las jóvenes y a las mujeres que se den una oportunidad para que consideren dedicar su vida a
Jesús. Qué paren un momento y piensen, que las hace feliz, por qué no escoger la vida religiosa. Tal vez si
después de estar en el convento, se dan cuenta que no son para esta vocación, lo que aprendan les van a
servir mucho en su matrimonio y en sus vidas”, afirma.