7 de septiembre del 2019
Carlos Ayala Ramírez
En el Día de la Hispanidad se suele hablar del encuentro, o ¿“encontronazo”? entre las culturas de los pueblos que vivían en el territorio hoy llamado América y aquellos que vivían en Europa. El encuentro enriquece mutuamente; el desencuentro, en cambio, produce rupturas e imposición violenta de estilos de vida. Por ello, desde un conocimiento más crítico de la historia en la actualidad se prefiere usar términos como “enfrentamiento”, “encubrimiento” o “controvertido encuentro”.
En la cuarta Conferencia del Episcopado Latinoamericano y del Caribe en 1992, en Santo Domingo, celebrada en el marco de la conmemoración de los 500 años de la primera evangelización, hubo expresiones más contundentes. Se habló de “los enormes sufrimientos infligidos a los pobladores de este
continente durante la época de la conquista y la colonización”, y de la necesidad de reconocer “con toda verdad los abusos cometidos debido a la falta de amor de aquellas personas que no supieron ver en los indígenas hermanos e hijos del mismo Padre Dios”. Se recordó también que uno de los episodios más tristes de la historia latinoamericana y del Caribe fue el traslado forzoso, como esclavos, de un enorme número de africanos. De ahí que se consideró “que el inhumano tráfico esclavista, la falta de respeto a la
vida, a la identidad personal y familiar y a las etnias son un baldón escandaloso para la historia de la humanidad”.
Ahora bien, la cultura del encuentro es un ideal y una necesidad con la que podemos enfrentar un tipo de cultura que es real y predominante: la del desencuentro. En la Quinta Conferencia General del Episcopado
Latinoamericano y del Caribe en el 2017 en la ciudad Aparecida se denuncia que en el continente hay una especie de nueva colonización cultural que se caracteriza por la autorreferencia del individuo, que conduce a la indiferencia por el otro, al que no necesita ni del que tampoco se siente responsable. También se verifica y cuestiona una tendencia hacia la afirmación de losderechos individuales, sin un esfuerzo semejante para garantizar los derechos sociales, culturales y solidarios, lo que va en perjuicio de la dignidad de todos, especialmente de los más pobres y vulnerables. De ahí que la característica dominante del mundo actual es la indiferencia y el abandono (desencuentro) por el destino de los excluidos, de las nuevas generaciones y de la misma casa común, que es objeto de depredación y contaminación.
En este contexto, resulta de sumo interés una de las propuestas en las que más viene insistiendo el papa Francisco como una exigencia del presente y del futuro: desarrollar una cultura del encuentro que, a su juicio, es la aceptación del otro, saber escuchar y saber compartir. Es decir, "una cultura de la solidaridad y fraternidad que nos lleve a una civilización verdaderamente humana". Para la consecución de tal propósito, ha sugerido que los líderes de las naciones asuman, al menos, tres compromisos. Primero, rehabilitar la política como una de las formas más altas de servicio y humanizar la economía, poniéndola en función de la satisfacción de las necesidades fundamentales, la dignidad y la solidaridad. Segundo, actuar con responsabilidad en el sentido literal del término: responder ante los derechos y necesidades legítimas de los demás y, desde la perspectiva creyente, ante el juicio de Dios que busca la justicia para el pobre. Tercero, estar abiertos al diálogo entre las diversas riquezas culturales: la popular, la universitaria, la juvenil, la artística, la tecnológica, la económica, la familiar y la de los medios de comunicación social.
Es preciso, pues, cultivar la práctica del “encuentro”, de tal modo que revierta las realidades etnocéntricas, esto es, las creencias o modos de actuar que parten del supuesto que, la propia cultura, es superior a otras. Más todavía, que asumen que cultura es solo la suya. Por ese camino fácilmente se llega a la discriminación, el racismo, la intolerancia, la imposición y la negación del otro.
AYALA es profesor de la Escuela de Pastoral Hispana de la Arquidiócesis de San Francisco, Profesor del Instituto Hispano de la Escuela Jesuita de Teología, Santa Clara University y docente jubilado de la universidad UCA.