El diácono Vicente lee durante un servicio en Misión Dolores, foto sin fecha. (FOTO LORENA R S/SAN FRANCISCO CATÓLICO)
28 de abril de 2019
Gerald Pavon
Colaborador
El diaconado en su explicación más simple es el servicio a Dios, y los diáconos están llamados a vivir su ministerio a través de servir a la palabra de Dios, la eucaristía, justicia, caridad y la paz.
En esta ardua labor el diácono Vicente Cervantes de Misión Dolores ha pasado 24 años de su vida. Su llamado le llegó a la linde de sus años vigorosos – a los 60 años- y su inclusión fue “una gracia de Dios”, con el apoyo incondicional de su familia.
No sucumbió a las piedras del camino. Una vez que viajó a su natal Puebla, México para unos trámites y llegando a la capital asteca lo primero que hizo fue visitar la basílica, doblar rodillas ante la Virgen de Guadalupe y contarle su proyecto, con la bendición sus trámites salieron bien.
El proyecto le ha llevado a una larga trayectoria de gozo y conocimiento de que el amor verdadero está en Cristo Jesús, y que no ha sido un camino fácil. Su hermano menor, el obispo Eduardo Cervantes de Orizaba, Veracruz ya le había advertido, sabes que vas a entrar en “una casa de vidrio”, cuando tiempo atrás Vicente Cervantes le contó de su llamado.
Los primeros cuatro años de estudio fue el primer paso para un largo sendero que todavía camina. En plena aceptación de sí mismo como un ser humano se confiesa hijo de Dios, no perfecto. Él no se avergüenza de nada que haya hecho antes de su inclusión y es un servidor que no guarda resentimiento, enojos ni rencores dado que eso mata el amor.
Dios ha sembrado en el diácono Cervantes una semilla de esposo, padre de familia, abuelo y servidor de Cristo para los hombres, le ha puesto sensibilidad, discernimiento, humildad para aceptarse tal como es.
El gusta de repasar la lectura del hijo pródigo porque en un tiempo de su vida se sintió así de liberal pero el Señor le tocó su espalda y lo envío al seno de su familia, cuenta.