Lucy Ayón parroquiana de Nuestra Señora del Pilar en Half Moon Bay aprovecha la cuarentena para evangelizar por teléfono.
26 de marzo del 2020
Araceli Martínez
Desde el 15 de marzo cuando se declaró la emergencia nacional por el coronavirus y se prohibieron las reuniones de más de diez personas, Rina Santizo decidió junto con un grupo de amigas, comenzar a rezar el rosario a través de una transmisión en vivo en Facebook.
“Todos los días a las ocho de la noche, estamos rezando el rosario”, dice Santizo, quien asiste a la parroquia Santa Isabela de San Rafael.
Al rezo online del rosario se han unido cientos de personas. “Ya somos como 618 las que rezamos. A muchas de ellas ni las conozco”, cuenta Santizo.
Al declararse la cuarentena y ordenarse que todos permanezcan en casa a fin de evitar la propagación de la pandemia, muchas familias católicas han encontrado refugio en la oración; y con más tiempo libre están orando como nunca antes.
También ha sido una oportunidad para compartir más con la familia. “Mis hijos que están en la universidad regresaron a casa y tenemos más tiempo para hablar y compartir”, dice.
El rezo del rosario y orar todas las noches la ha hecho sentirse muy confiada. “Todo esto es como una llamada a regresar a Dios porque estábamos saliéndonos de su círculo de amor. Esto que estamos pasando nos ha hecho aumentar la fe”.
Esto la ha movido a tratar de encontrar el lado positivo a la crisis de salud provocada por el coronavirus. “Si acatamos las reglas que nos piden las autoridades, vamos a salir rápido y las cosas van a mejorar. Sin autos y tanta gente en la calle nuestro planeta va a volver a respirar”.
Al terminar el rosario, Rina dice que leen un pasaje bíblico y oran por las personas que se han quedado sin empleo, y las que tienen que trabajar atendiendo a los enfermos del coronavirus.
Milagros Ramírez, es una mujer viuda de 64 años que vive en San Rafael, quien admite que la epidemia del coronavirus le da pánico y ansiedad.
“Ahora estoy haciendo todo por teléfono. Recibo mi terapia por teléfono y también por teléfono escucho misa”, dice.
En sus oraciones pide mucha fuerza para los doctores y las enfermeras que están a cargo de atender a los infectados en los hospitales, pero también ora por los adultos mayores que son más propensos a contraerla.
A pesar del coronavirus, Milagros sale de su casa para servir como voluntaria llevando comida a los adultos mayores. “Me pongo guantes y tapabocas para protegerme”, dice.
En la ciudad de East Palo Alto, Soledad López y su hijo Jimmy Alvarado con Síndrome de Down, quien es sacristán en la parroquia San Francisco de Asís, permanecen refugiados en su casa durante la cuarentena.
“Ha sido muy estresante porque Jimmy tenía tos. Ya está mucho mejor, pero preferimos no salir ni a caminar hasta que no se le quite por completo.
El lado positivo de la cuarentena es que Soledad ha podido tener más tiempo para leer y rezar. “Estoy leyendo libros de superación y la Biblia”, dice.
Sus momentos de oración durante el día se han intensificado. “Una amiga y yo estamos rezando por teléfono el Ángelus a mediodía; el rosario de la Misericordia a las tres de la tarde; y a las siete de la noche volvemos a rezar el rosario”.
A sus 70 años de edad, Soledad pertenece al grupo de la población que corre más riesgos. “Me estoy cuidando más por mi edad. Aunque ya estoy jubilada y no trabajo, antes del coronavirus salía mucho a hacer mandados y ayudaba a quien podía, transportándolos a diferentes lugares. En estos momentos he parado de hacer todo eso para protegerme”,
Lucy Ayón, es una maestra de preescolar, casada y madre de una adolescente de 17 años, que vive en Half Moon Bay, quien ha aprovechado los días en cuarentena para dar catequesis desde su teléfono y hablar con los familiares.
Al cerrarse todas las escuelas en California para prevenir el coronavirus, Lucy no está trabajado, pero además de impartir catequesis, ha aprovechado para hacer cosas que antes por falta de tiempo no podía como hablarle a sus familiares que están lejos y preguntarles cómo están y qué necesitan.
“Esta cuarentena me ha hecho más consciente de que puedo aportar un poco más, y preguntar a mis vecinos cómo están”, señala.
“A amigos y familiares les estoy enseñando a rezar el rosario y sobre lo misericordioso que es Dios con nosotros, porque es el único que puede salvarnos. Tenemos que agradarlo siguiendo el ejemplo de Jesús, dice.
Pero la epidemia le ha dado también espacio para reflexionar. “No veo este coronavirus como algo bueno, pero está pasando en la Cuaresma antes de la Semana Santa. Y si después de esto no somos mejores seres humanos, es porque ya no aprendimos”.