30 de diciembre de 2019
Carlos Ayala Ramírez
Al final y principio de cada año se vuelve rutinaria la frase:
“Happy New Year” (Feliz año Nuevo). La repite todo mundo: las personas, las instituciones públicas y privadas,
los medios de comunicación, las organizaciones
ciudadanas y las congregaciones religiosas entre otros.
Con ello se expresa un saludo, deseo, o sentimiento que
por lo general se queda en palabras reiterativas sin mayor
contenido concreto. A lo sumo, el concepto de felicidad
suele reducirse a la satisfacción de los intereses
individuales quitándosele su dimensión colectiva. Desde luego el saludo seguirá pronunciándose, pero eso no quita que por un momento pensemos en el sentido de la expresión y en la necesidad de pasar de las
palabras a los hechos. Ello implicará tener valores e ideas que orienten e inspiren una nueva práctica que
posibilite una felicidad verificable, personal y social.
En esa expectativa de valores e ideales que conduzcan a una práctica que pueda representar un punto de
inflexión en la vida de las personas y los pueblos, es elogiable la tradición de los mensajes papales en torno
a la paz, proclamados al inicio de cada año. Ahí encontramos una perspectiva “providente”, que ve más allá
de lo inmediato, de los intereses particulares, que se guía por el principio de realidad entendido no como
aceptación resignada de lo que se suele dar, sino como búsqueda de lo que debe haber. Este talante lo
encontramos en el ministerio pastoral del papa Francisco.
En su mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2020, titulado: “La paz como camino de esperanza:
diálogo, reconciliación y conversión ecológica”, el Papa habla de la necesidad de impulsar “caminos” que
lleven a “despertar en las personas la capacidad de compasión y solidaridad creativa”. La imagen del
camino nos remite a dar pasos, tomar decisiones, superar obstáculos, abandonar sendas erráticas y
descubrir horizontes nuevos. Todo es parte del camino. En esa línea, el mensaje del Papa aborda la
construcción de la paz como un camino de esperanza ante los obstáculos y pruebas; camino de escucha
basado en la memoria, la solidaridad y la fraternidad; camino de reconciliación en la comunión fraterna; y
camino de conversión ecológica.
La paz, como objeto de nuestra esperanza, surge por el “aumento de las desigualdades sociales y la
negativa a utilizar las herramientas para el desarrollo humano integral”. En ese sentido se menciona la
realidad de “tantos hombres y mujeres, niños y ancianos a los que se les niega la dignidad, la integridad
física, la libertad, incluida la libertad religiosa, la solidaridad comunitaria y la esperanza en el futuro”. Todos
ellos, “víctimas inocentes que cargan sobre sí el tormento de la humillación y la exclusión, del duelo y la
injusticia”.
Ahora bien, frente a ese contexto, el Papa cuestiona: “¿cómo construir un camino de paz y reconocimiento
mutuo? ¿Cómo romper la lógica morbosa de la amenaza y el miedo? ¿Cómo acabar con la dinámica de
desconfianza que prevalece actualmente?”. Él propone “buscar una verdadera fraternidad, que esté basada
sobre nuestro origen común en Dios y ejercida en el diálogo y la confianza recíproca”. Es un trabajo
constante y paciente “que busca la verdad y la justicia, que honra la memoria de las víctimas y que se abre,
paso a paso, a una esperanza común, más fuerte que la venganza”. Explica que, en términos políticos, la
democracia puede ser un paradigma significativo de este proceso, si se basa en la justicia y en el compromiso de salvaguardar los derechos de cada uno, especialmente si es débil o marginado”.
La paz como sendero de reconciliación y comunión fraterna, implica, dice el Papa “abandonar el deseo de
dominar a los demás y aprender a verse como personas, como hijos de Dios, como hermanos”. Reitera que
“solo eligiendo el camino del respeto será posible romper la espiral de venganza y emprender el camino de
la esperanza”. Este criterio vale también para el ámbito político y económico puesto que, “nunca habrá una
paz verdadera a menos que seamos capaces de construir un sistema económico más justo.
Finalmente, ante las consecuencias de nuestra hostilidad hacia los demás, la falta de respeto por la “casa
común” y la explotación abusiva de los bienes naturales, se plantea la urgencia y necesidad de una
conversión ecológica. Conversión que ha de llevarnos a una “nueva forma de vivir en la ‘casa común’, de
encontrarse unos con otros desde la propia diversidad, de celebrar y respetar la vida recibida y compartida,
de preocuparse por las condiciones y modelos de sociedad que favorecen el florecimiento y la permanencia de la vida en el futuro, de incrementar el bien común de toda la familia humana”.
Como vemos, la paz (y la felicidad) están relacionadas a verse libres de la miseria, la inseguridad, la
ignorancia y las situaciones que atropellan la dignidad humana. Pero también están vinculadas a los
motivos para vivir, luchar, gozar, sufrir y esperar. La próxima vez que digamos “Feliz año nuevo”, que no sea
solo un saludo cordial. Que pensemos en poner en marcha nuevas energías y reavivar una nueva
esperanza. Porque, como dice el documento, “el mundo no necesita palabras vacías, sino testigos
convencidos, artesanos de la paz abiertos al diálogo sin exclusión ni manipulación”.
Carlos Ayala es profesor de la Escuela de Pastoral Hispana de la Arquidiócesis de San Francisco, profesor del
Instituto Hispano de la Escuela Jesuita de Teología, Santa Clara University. docente jubilado de la universidad
UCA.