9 de abril del 2020
“En el gran banquete del Cordero cantamos, alabanzas a nuestro Rey victorioso”.
Estas palabras de esta canción clásica de Pascua son uno de los tesoros de la Iglesia. Nos recuerdan la alegría de la Pascua que resuena cada año. Nuestros cuarenta días de penitencia han llegado a su término. Hoy en Pascua nos regocijamos en la gloria de la Resurrección de Cristo. Después del ayuno, festejamos.
Cristo conquistó el pecado. Él conquistó la muerte. Él obtuvo para nosotros la reconciliación con Dios. A través de su gran sacrificio, hecho presente de nuevo en cada Misa, él se ofrece a sí mismo para que podamos ser felices en el cielo con Dios, eternamente. La eternidad es un tiempo muy largo. No, más bien, la eternidad está más allá del tiempo, fuera del tiempo. Este año, sin embargo, la Pascua nos llega teñida de tristeza, ya que no podemos reunirnos físicamente con los otros creyentes, como hermanos y hermanas en Cristo, para regocijarnos juntos en este día tan sagrado del año.
¿Cómo podemos como cristianos responder a problemas como éste que todo el país enfrenta ahora?
Podemos empezar a obtener una respuesta a esta pregunta en la homilía que el papa Francisco dio en la bendición extraordinaria Urbi et Orbi el 27 de marzo. Esta bendición fue “extraordinaria” en el sentido de que normalmente se da “a la ciudad de Roma (Urbi) y al mundo (Orbi)” sólo el día de Navidad y el domingo de Pascua. Pero él dio una bendición especial y extraordinaria (fuera de esos dos momentos ordinarios) “Urbi et Orbi” durante el tiempo de Cuaresma con el fin de suplicar que la misericordia de Dios nos salve de esta pandemia actual.
En esta homilía el Santo Padre habló de la falta de confianza de los discípulos cuando la tormenta estalló en el mar y nuestro Señor estaba durmiendo en la barca. Él dijo: “Al igual que a los discípulos del Evangelio, nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa. Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente”.
Recuerden lo que pasa en esta historia. Pedro y los otros discípulos en la barca se asustan. Despiertan a Jesús, clamando: “¡Sálvanos, Señor, nos hundimos!”. Jesús se vuelve hacia ellos y les dice: “¿Por qué tienen miedo, hombres de poca fe?”. ¿Por qué Jesús reprendió a los discípulos? Como dice el papa Francisco: “Pensaron que Jesús se desinteresaba de ellos, que no les prestaba atención. Entre nosotros, en nuestras familias, lo que más duele es cuando escuchamos decir: ‘¿Es que no te importo?’. Es una frase que lastima y desata tormentas en el corazón”.
Ellos pensaron que en su momento de peligro el Señor no se preocupaba por ellos. Temían por sí mismos, lo que significa que sus corazones estaban centrados en sí mismos. Esta es siempre la orientación básica del pecado: enfocar nuestros pensamientos, energías y acciones en nosotros mismos. En otras palabras, el egoísmo. Ahora, lo opuesto al egoísmo es el amor, el cuidado y la preocupación por los demás. También es la cura para las ansiedades que nos preocupan ahora y en el futuro.
Podemos profundizar en la respuesta a la pregunta de la tristeza y la angustia que estamos sintiendo en este momento, volviendo a las primeras líneas del último versículo de este canto clásico de Pascua “Triunfo de Pascua, alegría de Pascua. Sólo el pecado puede destruirlos. Las almas del pecado y de la muerte liberadas, se glorifican en su libertad”.
Un cristiano que confía en Dios no está triste en este momento, porque Cristo ha destruido el pecado. Donde hay pecado, no hay alegría; al destruir el pecado, Cristo ha destruido la tristeza. El verdadero cristiano, que vive libre de pecado, conoce la alegría permanente que sólo Cristo puede dar, incluso en medio de las penurias y los dolores de la vida. De la misma manera, sólo el cristiano serio es verdaderamente libre, porque la verdadera libertad es la libertad del pecado. Por lo tanto, el verdadero cristiano no se siente encarcelado por quedarse en casa, no mientras no haya pecado en casa. Más bien, el verdadero cristiano ve esta situación actual como una nueva oportunidad para mostrar la caridad, para estar centrado en el otro, para mostrar que se preocupa por el otro con el amor de Cristo: “Sí, me intereso de ti. Sí, me importas”.
Mis hermanos y hermanas, busquemos oportunidades para servir a los demás en este momento de necesidad. Toda esta sabiduría puede ser resumida en una paráfrasis del gran padre de la Iglesia, San Gregorio Niceno. Si ustedes intentan superarse en la caridad, su vida en la tierra será como la de los ángeles del cielo.
¡Felices Pascuas!