20 de marzo del 2020
Edith Ávila Olea
Catholic News Service
Cuando vimos la pandemia de COVID-19 multiplicarse en todo el país,
también vi mi cuenta de Facebook estallar con una cantidad abrumadora de
emociones, información y desinformación. Estoy segura que usted también
lo vio.
Sin pensarlo dos veces, eliminé la aplicación de Facebook de mi teléfono celular. Reconocí en mí una sensación inquietante al surfear el Internet, un pánico, temor e incertidumbre nuevos.
Como inmigrante, pasé años tratando de lidiar con estas emociones. Y yo sé cuándo alejarme. Sé
reconocer cuándo necesito buscar descanso y consuelo de mi Señor.
Hace varios años, mi director espiritual me animó a hacer amistad con el miedo. Mi miedo aumenta a
medida que aumentan las incertidumbres en mi vida.
Durante los últimos doce años, aquellos de nosotros en el programa de Acción Diferida para los Llegados en la Infancia, DACA por sus siglas en inglés, sabemos cómo va este ciclo. Cada año o dos, atrapados en medio del caos político y tratados como peones, presentamos una solicitud de renovación y esperamos.
Del mismo modo, los inmigrantes indocumentados que no están en DACA saben cómo el miedo y el pánico
pueden abrumar su cuerpo físico. Este sentimiento surge cada vez que escuchamos acerca de otra redada de Inmigración y Control de Aduanas de los EE. UU., o redadas aleatorias en las carreteras.
Para muchos que viven en estas periferias, aprender a sobrellevar las emociones no se trata solo de
sobrevivir, sino de cómo hemos construido nuestra capacidad de recuperación para superar las
dificultades diarias. Sin esperarlo estamos capacitados emocionalmente para enfrentar crisis como la
pandemia actual.
Hoy, miles de personas en Estados Unidos están vislumbrando nuestro estilo de vida. Tal vez nuestra
cuarentena no sea tan restringida, pero cada inmigrante indocumentado sabe lo que es tener que hacer
una cuarentena voluntaria por un período de tiempo no especificado. Demasiado bien entendemos lo que
es limitar estar expuesto y vivir en las sombras.
No quiero socavar la gravedad de COVID-19. Se garantiza que las poblaciones vulnerables sean aún más
vulnerables. Pero quiero dirigir su atención a la comunidad que ha estado viviendo en cuarentena durante
años, literalmente asustada de caminar afuera, de ir a trabajar o de asistir a misa.
Nuestra comunidad indocumentada enfrentará aún más barreras debido a la actual pandemia de salud.
Primero, muchos carecen de seguro médico y como consecuencia dudarán en buscar atención médica
si fuera necesario. Muchos evitarán hacerse la prueba del virus por miedo.
El 19 de marzo, el Senado aprobó un proyecto de ley de alivio COVID-19, diseñado para ayudar a los
estadounidenses. Aunque todavía se está trabajando en la logística, es muy probable que los inmigrantes
indocumentados no califiquen para recibir asistencia.
Si lo hacen, muchos optarán por no recibir la asistencia debido a la llamada regla de "carga pública",
vigente a partir del 24 de febrero, que descalifica de la ciudadanía a los inmigrantes que aceptan la
asistencia pública por inadmisibilidad por temor a que puedan convertirse en una carga pública en el
futuro.
Estoy ofreciendo mi cuarentena y sacrificios por aquellos que pasarán esta temporada sin un sistema de
apoyo físico. Estoy ofreciendo estos días largos y tristes por mis hermanos y hermanas que continuarán
viviendo en cuarentena mucho después del COVID-19. Estoy ofreciendo mi distanciamiento social por los
niños de la comunidad indocumentada, quienes enfrentan tal adversidad a una edad temprana y son
despojados de la inocencia de la infancia.
Con los años aprendí a hacer amistad con el miedo. Trato de practicar aceptar y reconocer la gracia en
todos los momentos, incluso en el sufrimiento. El miedo me ha permitido encontrar el abundante amor de
Dios y su misericordia sin límites.
Quiero invitarlos a dar una ofrenda de esperanza a los olvidados en esta temporada de Cuaresma. Si bien
los detalles del paquete de ayuda de COVID-19 aún no se han finalizado a esta fecha del 19 de marzo, es
posible que algunos de los que recibirán ayuda monetaria no necesiten ese ingreso adicional.
Considere compartir este regalo con sus vecinos inmigrantes que se quedarán sin medidas de protección.
Encuentre una familia, un servicio de inmigración local sin fines de lucro o un estudiante “Dreamer” que
sueña con la universidad en el otoño. El sistema puede olvidarlos, pero podemos elegir compartir la
misericordia y la gracia de Dios con ellos.
Edith Ávila Olea es directora adjunta de Justicia y Paz de la Diócesis de Joliet, Illinois, galardonada con el
premio Liderazgo Nuevo, Cardenal Bernardin, 2015. Cuenta con una maestría en Política Pública y un
bachillerato en comunicación organizacional.