6 de febrero de 2020
Hosffman Ospino
Catholic News Service
Cada vez que escucho que un colegio católico cierra o
tiene dificultades para mantenerse abierto me causa
pena. Hay más de 14 millones de niños católicos en edad
escolar en nuestro país, ocho millones de ellos son
hispanos.
Si hay algo que deberíamos estar haciendo es construir
colegios, especialmente en los lugares en donde crece el
catolicismo. Por lo menos deberíamos mantener abiertos aquellos que ya existen y ponerlos al servicio de
las nuevas poblaciones que transforman la experiencia católica estadounidense.
Cuando me encuentro con personas como el padre Mark Hamlet de la Diócesis de Austin, Texas, me
embarga la esperanza. Es una persona digna de admiración: un párroco dinámico, un predicador
entusiasta, autor de un blog, hace programas de radio, aboga por varias causas y es todo un empresario.
Habla inglés y español bien, y se defiende en otros idiomas.
También es un hombre de familia en el sentido literal de la expresión. El padre Mark es viudo, padre de seis
hijos y bendecido con más de una docena de nietos. Después de que su esposa Cynthia falleció, ingresó al
seminario y se ordenó como sacerdote católico en el año 2010.
La pasión del padre Hamlet por la educación católica es inspiradora. En un viaje reciente que hice a Austin,
le conocí y aprendí sobre la organización que fundó “Our Kids at Heart” (https://ourkidsatheart.com/), la
cual funciona como un fondo de apoyo económico para la educación católica.
La organización fue establecida para apoyar primordialmente a niños católicos hispanos de la parroquia
del Sagrado Corazón en Austin, los cuales viven en condiciones de desventaja económica, para que sean
educados en colegios católicos.
Más de 150 niños se benefician actualmente de esta iniciativa. No se trata simplemente de un programa de
becas, sino que el énfasis es en subsidios. En otras palabras, la clave es potenciar a las familias católicas a
que envíen a sus hijos a colegios católicos y paguen los costos correspondientes con recursos de un fondo
de subsidio.
La idea de subsidios hace que la iniciativa sea interesante. El fondo fomenta colaboraciones en las cuales
todo el mundo invierte: las familias, los colegios, los filántropos, la comunidad parroquial y la diócesis.
El modelo desafía dos presuposiciones bastante comunes. Una es que las familias hispanas sólo enviarán a
sus hijos a los colegios católicos si la educación es completamente gratuita. Bueno… sí y no.
Lo gratuito es atractivo, pero sabemos que incluso en aquellos lugares en donde existen créditos fiscales y
cupones educativos no necesariamente las familias hispanas están llenando los colegios católicos. Esta
presuposición también fomenta un modelo de dependencia económica que deja de funcionar cuando las
fuentes filantrópicas ya no están presentes.
La segunda presuposición es que las familias hispanas no están interesadas en una educación católica
para sus hijos. Iniciativas creativas y colaboradoras como “Our Kids at Heart” confirman todo lo contrario.
Si trabajamos con las familias hispanas, las involucramos y hacemos de los colegios católicos ambientes
realmente inclusivos, veremos la diferencia.
La organización introduce a las familias en su mayoría inmigrantes a los valores de los colegios católicos y
las invita a enviar a sus hijos a estas instituciones. Es un proceso de conversión.
Este es el desafío más grande a vencer, según el padre Hamlet. Muchas familias hispanas e inmigrantes no
ven a los colegios católicos como suyos, piensan que no están a su alcance y con frecuencia no se sienten
bienvenidos.
Cuando las familias hispanas se involucran, las cosas cambian. Aparte de las fuentes filantrópicas
tradicionales, “Our Kids at Heart” depende de los esfuerzos que estas familias hacen para buscar recursos.
Las familias pagan por la educación de sus hijos, el fondo les ayuda. Esto crea un sentido balanceado de
corresponsabilidad.
Esta es una manera de regresar la educación católica al mundo de los pobres, dice el padre Hamlet. La
pobreza sigue encadenando las vidas de muchos hispanos. No podemos solucionar este problema con
curitas adhesivas. Hay que romper las cadenas, y los colegios católicos tienen que ser "tijeras" que las
cortan. La imagen nos recuerda que la evangelización católica tiene como meta última la libertad.
Sí, rompamos las cadenas de la pobreza con la ayuda de la educación católica. Sin embargo, asegurémonos
de que las familias católicas hispanas participen en el proceso como agentes activos, no como personas
que esperan pasivamente un beneficio que alguien más les da.
OSPINO es profesor de teología y educación religiosa del Colegio Boston.