Una foto del padre Santos Rodríguez se ve en un cartel que se exhibió afuera de la iglesia San Rafael para la celebración de su 50 aniversario de sacerdocio. (Foto de cortesía).
San Rafael: Aniversario sacerdotal de un alumno de dos mártires de la Iglesia Católica
15 de julio del 2020
Lorena Rojas
San Francisco Católico
Para el padre Santos Rodríguez, vicario de la iglesia San Rafael en San Rafael, su plan para celebrar los 50 años de sacerdocio fue festejar con una misa de acción de gracias y así lo hizo. La comunidad había planeado llenar el templo y ofrecer una gran recepción para honrar al sacerdote que ha servido en esta parroquia por casi una década, pero la cuarentena por el COVID-19 obligó a cambiar los planes.
El domingo 17 de mayo, el padre Santos Rodríguez celebró con una misa concelebrada por el párroco de San Rafael, el padre Andrew Spyrow. En la ceremonia no hubo feligreses presentes debido a la cuarentena, pero siguieron la transmisión de la misa de 10 a.m. en vivo desde sus casas.
Después de la misa llegaron a visitarlo amigos de las diferentes parroquias de la Arquidiócesis de San Francisco donde el padre Rodríguez ha servido en los últimos 20 años.
Él se asomó por el balcón de su residencia y los miró abajo en la entrada del templo saludándolo con las manos. Entonces bajó a darles las gracias.
El mismo domingo, después de la misa del mediodía en español el padre Rodríguez recibió otro homenaje.
Un grupo de fieles, con los rostros cubiertos, guardando la distancia reglamentaria lo esperaron con música y decoraciones festivas frente a la iglesia, mientras gran cantidad de autos circulando en las calles alrededor del templo tocaban las bocinas y los pasajeros lo saludaban con la mano desde la ventana.
Para este hombre de Dios que fue llamado a la vocación sacerdotal a los trece años de edad, llegar al 50 aniversario de sacerdocio ha sido un largo caminar al lado de muchas personas que lo han ayudado en su vida pastoral, a quienes les agradece.
Entre las personas que han dejado huella en la vida del padre Santos Rodríguez, resalta el mártir Rutilio Grande, en proceso de beatificación por el Vaticano. Grande fue su profesor de Teología durante cuatro años. También reconoce el legado que le dejó la experiencia de trabajo pastoral con san Óscar Arnulfo Romero, entonces obispo auxiliar de San Salvador.
El padre Rodríguez fue ordenado el 17 de mayo de 1970 en la catedral de la Diócesis de San Vicente en El Salvador, a la edad de 29 años. Es miembro de una familia de 13 hermanos de los cuales conoció a nueve de ellos, cuatro fallecieron antes que él naciera.
En una entrevista telefónica con el San Francisco Católico, el padre Santos compartió paso a paso como fue el llamado de Dios a la vocación que lo enamoró desde niño, la vida en el Seminario Central San José de la Montaña, en El Salvador, y la importancia del apoyo de su familia para seguir la vocación.
¿Cómo fue el llamado al sacerdocio?
-Bueno yo no puedo decir que lo sentí así directamente. No. Pero, Dios utiliza los medios. Cuando yo tenía 13 años hubo una fiesta en el pueblo en febrero y la fiesta en el pueblo siempre ha sido el 15 de agosto, día de la Asunción. Estaba en la plaza y un señor se acercó, Nicolás Valladares, recuerdo muy bien su nombre —yo no sabía, pero él tenía un hijo en el seminario— y me vio que yo estaba apartado de toda la gente y me dijo ¿Por qué no vas a jugar con los niños, y yo le dije es que no sé por qué hoy hay fiesta y no es la fiesta patronal. Él me respondió, ve aquél señor que va caminando en medio de la plaza, va a celebrar la primera misa cantada. Iba uno vestido de sacerdote caminando hacia la iglesia en medio de su mamá y su papá. El señor me preguntó ¿No quieres ser sacerdote? Yo tengo un hijo en el seminario y tú también podrías ir al seminario. Yo le respondí que sí, no sé por qué, quizá por la fiesta. Él me dijo, entonces dígale a tu papá. Yo me fui rápido a la casa y le dije a mi papá yo quiero ser sacerdote, él me dio una respuesta rápida y fácil, para ser sacerdote tienes que ser humilde, me dijo. Entonces mi mamá de repente entró en la conversación y le dijo déjelo que se vaya al seminario tal vez ahí se compone… pero hasta ahí llegó la plática… y yo regresé a la plaza con mis amigos.
Todo eso pasó un día sábado. Al siguiente día, el domingo, mi papá quien cultivaba caña de azúcar, pero no tenía trapiche (molino) llevaba la caña a moler a donde una señora. Él fue a pagarle la molienda. La señora le preguntó ¿Hubo fiesta en el pueblo ayer? Y ¿qué fiesta tuvieron? Entonces mi papá le dijo, Manuelito Serrano se ordenó de sacerdote y celebró la misa en el pueblo. Viéndome a mí, la señora dijo ¿Por qué no lo pone a él en el seminario? Ya eran dos invitaciones de sábado a domingo. Y mi papá le respondió que esa era una carrera muy larga y costaba mucho dinero y nosotros no tenemos el dinero para eso. La señora le dijo, usted llévelo y si tiene dificultades para pagar nosotros le ayudamos. Mi papá tomó ánimo y de allí me llevó directo al seminario a pedir los requisitos. Al domingo siguiente entré al seminario.
¿Fue el seminario menor?
-Si el seminario menor, que era diocesano pero dirigido por los salesianos. Ahí pasé siete años de formación, yo llegue al 5.º grado.
¿Qué tan lejos estaba el seminario menor de la casa de sus papás?
-Estaba a seis kilómetros.
¿Podía vivir en la casa de sus papás?
-No. Era interno. Antes los seminarios eran así, sólo daban 15 días de vacación al año. Mis papás me iban a ver al seminario porque tenían que cambiar la ropa y otras cosas.
Después de los siete años en el seminario menor vino la investidura de la sotana y luego pasé al seminario mayor, Seminario Central San José de la Montaña. Era un seminario interdiocesano. Ahí enviaban seminaristas de todas las diócesis de El Salvador para que estudiaran Filosofía y Teología. Este seminario estaba dirigido por los jesuitas pero era diocesano también. Al tercer año teníamos lo que llaman aquí el año pastoral, que los mandan a alguna parroquia. A nosotros nos mandaron al seminario menor a dar clases de ciencias, latín, griego y también italiano.
Después del año pastoral, en 1965 empecé a recibir clases de Teología. Ahí tuve la oportunidad de que mi maestro y prefecto de disciplina y de estudio fuera el padre Rutilio Grande (actual mártir de la Iglesia Católica en proceso de beatificación).
El padre Rutilio Grande tenía una visión pastoral muy amplia. Nos mandaba a hacer actividades pastorales en diversos centros como: el Hospital Nacional Rosales, la escuela militar y la escuela de formación de maestros.
En una ocasión el padre Grande nos llevó a todos los 85 seminaristas a una población que se llama Quezaltepeque. Ahí estuvimos trabajando 22 días, íbamos de casa en casa para conocer la realidad del mundo, para que nos diéramos cuenta de la realidad de las familias y luego pudiéramos aconsejar y orientar. En las noches nos reuníamos y analizábamos los casos de problemas matrimoniales, rebeldía de los muchachos, alcoholismo y él padre Grande nos dirigía.
Tuvimos otra experiencia, en la cual el padre Grande escogió a un grupo de seminaristas del último año de Teología para que viviéramos en una casa que pertenecía al seminario, sin supervisión para que aprendiéramos a conducirnos para cuando estuviéramos en las parroquias. Yo fui uno de los cinco escogidos, entre ellos también estaba el actual cardenal salvadoreño Gregorio Rosa Chávez. Íbamos al seminario pero vivíamos independientes. Los cinco que fuimos a esa experiencia nos hicimos sacerdotes.
Usted me dice que también trabajó con monseñor Romero.
-Con monseñor Romero trabajamos el último año de seminaristas. Nosotros le ayudábamos en un programa de radio, ahí lo conocí.
¿Ya era arzobispo de San Salvador?
-Era obispo auxiliar de San Salvador. Lo pusieron como presidente de la Conferencia Episcopal de El Salvador y el residía en el Seminario San José de la Montaña y nosotros estábamos en el último año en el seminario. Me gustó la forma pastoral de su evangelización, entonces, después de ordenados aunque estuviéramos en otras diócesis trabajábamos con él. Yo lo sigo admirando mucho, donde quiera que he ido siempre he celebrado el martirio, el ejemplo y el testimonio de él.
¿En algún momento, cuando estuvo en el seminario menor o en el seminario mayor pensó que esta vocación no era para usted?
-No. Siempre sentí el llamado y la necesidad de trabajar con el pueblo, con la gente. Lo puedo comprobar así, porque Dios le va hablando a uno. En el seminario mayor yo era el capitán del equipo de baloncesto y también jugaba fútbol en primera división como portero, jugábamos contra los mejores equipos de aquel tiempo. El entrenador del equipo del seminario era un jesuita que había jugado para el Real Madrid antes de ser sacerdote.
Entonces no había tiempo para aburrirse en el seminario.
-Pues no. Pasábamos bien. Todos los sábados había partidos. Aunque yo tuve una experiencia triste porque en el primer año en el seminario mayor se murió mi papá y era él que me sostenía. Entonces, después de tres meses que no podía pagar la colegiatura de 145 colones, el padre superior me pidió que regresara a la casa a apoyar a mi mamá y que al año siguiente si deseaba continuar en el seminario regresara. Yo le dije que yo quería terminar con mis compañeros. No me di por vencido y le hice una propuesta de que me permitiera trabajar sábados y domingo, lo cual no era permitido durante el tiempo de seminarista, pero al verme que tenía el deseo de seguir, me dejó hacerlo. Esa fue mi tristeza por la falta de mi papá y después que ya no podía jugar los sábados y domingos.
Durante unos días que estuve fuera del seminario conocí a un señor que me llevó en el carro un día mientras yo caminaba por la calle. Un tiempo después ese señor vino al seminario y se comprometió a pagarme la colegiatura, entonces ya no tuve que pagar más los fines de semana.
Hablando de todas esas etapas como seminarista. ¿Era más fácil antes o ahora para un muchacho escuchar el llamado al sacerdocio?
-El llamado es igual. Dios se vale de las mismas personas, por eso digo que es un misterio. Nada más que antes (los seminarios) los recibían niños de 13 o 14 años. Ahora, en el caso de los seminarios de América Latina ya no reciben niños, tienen que ser adultos graduados de bachillerato en la secundaria. Es también por la situación económica, imagínese un joven desde los 13 años hasta la ordenación se hacía la carrera más larga. Aunque habían bienhechores en los seminarios que ayudaban con la colegiatura y comida de los que no podían pagar.
Hay preocupación por parte de los obispos porque muchos sacerdotes están mayores y se están jubilando y hay pocas vocaciones sacerdotales.
-Hay menos vocaciones en el sentido de que no hay motivación. La vocación se motiva en los hogares, depende de los valores religiosos en los hogares. Entonces hay pocos jóvenes que quieran entrar en los seminarios. Hay poca promoción… cuando nosotros promovíamos las vocaciones, nos mandaban de casa en casa a visitar a las familias. Uno iba más de una vez y hablaba con los jóvenes y con los papás.
Con su experiencia de más de 50 años de sacerdocio ¿Qué cree que debe hacer la Iglesia para atraer más vocaciones?
-En primer lugar hacer oración desde las iglesias y promover la oración en los hogares… desde los hogares la oración se promueve poco. Y luego es importante la motivación y el contacto directo a través de las visitas a las familias y sobre todo el testimonio del sacerdote.
Volviendo a la celebración de sus 50 años de sacerdocio, usted quizá nunca se imaginó que la celebración iba a ser como fue, durante una pandemia.
-La gente decía desde hace como dos años que iban a tirar la casa por la ventana y todo eso, pero yo no voy por esa línea. Lo que siempre he dicho es que lo importante es reconocer el don, el regalo que Dios le ha dado a uno y darle gracias a Dios a través de la santa misa.
En este recogimiento, debido a la pandemia he estado pensando en todos los momentos en que Dios ha estado conmigo, y le he dado gracias por haberme dado la vida, por haberme hecho nacer en un matrimonio cristiano, donde me inculcaron los valores de amor al Papa y a la iglesia. Gracias por todos los sacrificios de misa que he celebrado, bautizos, confesiones, quinceañeras, visitas a los enfermos, todo esto me ha servido como un retiro espiritual para celebrar los 50 años de sacerdocio.