Marzo 24, 2019
Carlos Ayala Ramírez
El papa Francisco, al dirigirse a los obispos de Centroamérica durante su participación en la Jornada Mundial de la Juventud en Panamá, destacó la figura de san Romero señalando que su vida y enseñanza son fuente constante de inspiración para nuestras Iglesias y, de modo particular, para los obispos. En esta línea, la siguiente frase es emblemática y deberá quedar sonando como horizonte de sentido para la vida eclesial: “apelar a la figura de Romero es apelar a la santidad y al carácter profético que vive en el ADN de vuestras Iglesias particulares”. Recordemos que, para san Romero, la misión de la Iglesia sólo será auténtica si es la misión de Jesús. Esta convicción está a la base del principio inspirador “sentir con la Iglesia”.
El Papa explicó que este principio, llevado a la práctica por monseñor Romero, implicó tres aspectos que todos los obispos de Centroamérica no solo deben tener en cuenta, sino imitar para encontrarse con Cristo y el pueblo que sufre: “Reconocimiento y gratitud”; “Un amor con sabor a pueblo”; y “Llevar en las entrañas la kénosis (abajamiento) de Cristo”.
La primera actitud que se debe emular es la “Gratitud por el bien recibido, no merecido”. Según el obispo de Roma, Romero pudo sintonizar y aprender a vivir la Iglesia porque amaba entrañablemente a quien lo había engendrado en la fe: “sintió con la Iglesia porque la amó como madre que lo engendró en la fe y se sintió miembro y parte de ella”.
Sin duda que ese amor de san Romero hacia la Iglesia derivaba de lo que esta significaba para su vida humana y creyente. El papa Francisco lee esa experiencia como “la gracia de sentirse y saberse parte de un cuerpo apostólico más grande que él mismo y, a la vez, con la consciencia real de sus fuerzas y posibilidades”.
El sentir con la Iglesia está vinculado, en segundo lugar, a un “amor con sabor a pueblo”. Desde el espíritu de la Gaudium et spes, el Papa explicó a los obispos “que el pastor, para buscar y encontrarse con el Señor, debe aprender y escuchar los latidos de su pueblo, percibir el ´olor´ de los hombres y mujeres de hoy hasta quedar impregnado de sus alegrías y esperanzas, de sus tristezas y angustias”.
De esos rasgos Romero fue ejemplo sobresaliente. Proclamó que el mundo de los pobres enseña que la sublimidad del amor cristiano debe pasar por la imperante necesidad de la justicia para las mayorías y no debe rehuir la lucha honrada. Romero, dijo el Papa, “escuchó al pueblo que le fue confiado, hasta respirar y descubrir a través de él la voluntad de Dios que nos llama”.
Finalmente, el papa Francisco planteó que “el sentir con la Iglesia” con el que se han de identificar los obispos, debe implicar llevar en sus entrañas toda la kénosis de Cristo. Citando a Romero dijo: “en la Iglesia Cristo vive entre nosotros y por eso tiene que ser humilde y pobre, ya que una Iglesia altanera, una Iglesia llena de orgullo, una Iglesia autosuficiente, no es la Iglesia de la kénosis.
Pero Romero no sólo fue un maestro de la fe y un santificador de los fieles, sino también un profeta de la justicia y de la esperanza
Carlos Ayala Ramírez es profesor de la Escuela de Liderazgo Hispano de la Arquidiócesis de San Francisco, profesor del Instituto Hispano de la Escuela Jesuita de Teología de la Universidad de Santa Clara y docente jubilado de la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas” de El Salvador.