Eronildes da Silva recibe la vacuna contra COVID-19 en Manacapuru, estado de Amazonas en Brazil, el 1 de febrero de 2021. (Foto CNS/Bruno Kelly, Reuters).
9 de febrero de 2020
Davide Dionisi
Noticias del Vaticano
“La vejez: nuestro futuro. La condición de los ancianos después de la pandemia”. Este es el título del documento publicado hoy con el que la Pontificia Academia para la Vida, de acuerdo con el Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, propone una reflexión sobre las lecciones que hay que extraer de la tragedia causada por la propagación del Covid-19, sobre sus consecuencias para hoy y para el futuro próximo de nuestras sociedades.
Lecciones que han hecho surgir una doble conciencia: "por un lado, la interdependencia entre todos y por otro la presencia de fuertes desigualdades. Todos estamos a merced de la misma tormenta, pero en cierto sentido se puede decir que remamos en barcos diferentes, los más frágiles se están hundiendo cada día”. “Es esencial repensar el modelo de desarrollo de todo el planeta", dice el documento, que retoma la reflexión ya iniciada con la Nota del 30 de marzo de 2020 (Pandemia y Fraternidad Universal), continuada con la nota del 22 de julio de 2020 (La Humana Communitas en la era de la Pandemia. Consideraciones intempestivas sobre el renacimiento de la vida) y el documento conjunto con el Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral (Vacuna para todos. 20 puntos para un mundo más justo y sano) del 28 de diciembre de 2020. La intención es proponer el camino de la Iglesia, maestra de humanidad, a un mundo cambiado por Covid-19, a mujeres y hombres en busca de sentido y esperanza para sus vidas.
Durante la primera oleada de la pandemia, una parte sustancial de las muertes por Covid-19 se produjo en instituciones para ancianos, lugares que se suponía que debían proteger a los más frágiles de la sociedad y en los que, en cambio, la muerte golpeó desproporcionadamente más que en el hogar y el entorno familiar.
“Lo que ha sucedido durante la pandemia de COVID-19 nos impide resolver la cuestión de la atención a los ancianos con la búsqueda de chivos expiatorios, de culpables individuales y, por otro lado, de levantar un coro en defensa de los excelentes resultados de los que evitaron el contagio en las residencias. Necesitamos una nueva visión, un nuevo paradigma que permita a la sociedad cuidar de los ancianos”.
El documento del PAV subraya que “bajo el perfil estadístico-sociológico, los hombres y las mujeres tienen en general una esperanza de vida más larga hoy en día”. “Esta gran transformación demográfica representa, efectivamente, un gran desafío cultural, antropológico y económico". Según datos de la Organización Mundial de la Salud, - se lee en el documento - en el 2050 en el mundo habrá dos mil millones de personas mayores de sesenta años, es decir, una de cada cinco será anciana. Así pues, “es esencial hacer que nuestras ciudades sean lugares inclusivos y acogedores para la vida de los ancianos y, en general, para la fragilidad en todas sus expresiones”.
En nuestra sociedad suele prevalecer la idea de la vejez como una edad infeliz, entendida solamente como la edad de los cuidados, de la necesidad y de los gastos para tratamientos médicos. “Llegar a anciano es un don de Dios y un enorme recurso, un logro que hay que salvaguardar con cuidado”, dice el documento, “incluso cuando la enfermedad llega a discapacitar y surge la necesidad de una atención integrada y de alta calidad”. “Y es innegable que la pandemia ha reforzado en todos nosotros la conciencia de que la ‘riqueza de los años’ es un tesoro que debe ser valorado y protegido”.
En cuanto a la asistencia, la PAV indica un nuevo modelo, sobre todo para los más frágiles, inspirado en la persona: la aplicación de este principio implica una intervención organizada a diferentes niveles, que realiza una asistencia continua entre el propio hogar y algunos servicios externos, sin cesuras traumáticas, no aptas a la fragilidad del envejecimiento, especifica el documento, observando que “las residencias de ancianos deberían recalificarse en un “continuum sociosanitario”, es decir, ofrecer algunos de sus servicios directamente en los hogares de los ancianos: hospitalización a domicilio, atención a la persona individualmente con respuestas de atención moduladas en función de las necesidades personales a baja o alta intensidad, donde la atención socio sanitaria integrada y la domiciliación sigan siendo el eje de un nuevo y moderno paradigma”. Se espera reinventar una red más amplia de solidaridad “no necesaria y exclusivamente basada en lazos de sangre, sino articulada según la pertenencia, la amistad, el sentimiento común, la generosidad recíproca para responder a las necesidades de los demás”.
En cuanto a la confrontación con los jóvenes, el documento evoca un "encuentro" que puede aportar al tejido social “Esa nueva linfa de humanismo que haría que la sociedad estuviese más unida”. Varias veces el papa Francisco ha instado a los jóvenes a ayudar a sus abuelos, recuerda el documento, que también subraya que “el hombre que envejece no se acerca al final, sino al misterio de la eternidad” y, para comprenderlo, “necesita acercarse a Dios y vivir en relación con Él”. De ahí que sea una “tarea de caridad en la Iglesia” el “cuidar la espiritualidad de los ancianos, su necesidad de intimidad con Cristo y de compartir su fe”. El documento deja claro que "Es solamente gracias a los ancianos que los jóvenes pueden redescubrir sus raíces, y sólo gracias a los jóvenes que los ancianos recuperan la capacidad de soñar”.
También es valioso el testimonio que pueden dar los ancianos con su fragilidad. “Se puede leer como un “magisterio”, una enseñanza de vida", señala la reflexión, y aclara que " La vejez también debe ser entendida en este horizonte espiritual: es la edad particularmente propicia al abandono en Dios”: “a medida que el cuerpo se debilita, la vitalidad psíquica, la memoria y la mente disminuyen, la dependencia de la persona humana a Dios se hace cada vez más evidente”.
Por último, un llamamiento: “Toda la sociedad civil, la Iglesia y las diversas tradiciones religiosas, el mundo de la cultura, de la escuela, del voluntariado, de las artes escénicas, de la economía y de las comunicaciones sociales deben sentir la responsabilidad de sugerir y apoyar -en el marco de esta revolución copernicana-nuevas e incisivas medidas que permitan acompañar y cuidar a los ancianos en contextos familiares, en sus propias casas y, en todo caso, en entornos domésticos que se asemejen más a los hogares que a los hospitales. Este es un cambio cultural que debe ser implementado”.